El hombre de la fotografía


"Tal vez aislados, con un libro en las manos, entregados, con aire de carecer de otros intereses, se muestran más que nunca todas nuestras necesidades"
Ángel Gabilondo, 2011
Darse a la lectura

"Si pudiera contarlo con palabras, no me sería necesario cargar con una cámara"
Se le atribuye a Lewis Hine (1874-1940), fotógrafo

"La profundidad es restituida ahora como secreto absolutamente superficial "
Michel Foucault, 1970
Marx, Nietzsche y Freud

"La vida no consiste en detalles significativos, iluminados por un destello, fijados para siempre. Las fotografías sí"
"Lo que los moralistas exigen a una fotografía es algo que ninguna puede hacer jamás: hablar"
"Pero las fotografías no explican; reconocen"
"Si las fotografías son mensajes, el mensaje es diáfano y misterioso a la vez"
Susan Sontag, 1973
Sobre la fotografía

"En instantes de cámara digital
que tomará millones de fotos
que no habrán existido cuando se apaguen las estrellas,
pero que hoy vibran
ante nuestros ojos"
Manolo García, 2011
Estamos ahí (Los días intactos)

    El hombre de la fotografía se detiene y se demora en la lectura bajo el sol de agosto sentado en un parque de Málaga y a la sombra de su sombrero. Muchas personas son incapaces de leer si hay mucha luz. La página devuelve una doble luminosidad incómoda y leer puede asemejarse a arar con la mirada, arrastrando el sudor sobre otros surcos ya arados en una era que nunca estará bien trillada. Pero arando al ritmo apropiado, las palabras en esa tarea se tornan frutos no tan secos:
"La lección de esencialidad, intimidad y lirismo que Sorolla había aprendido en los patios y jardines andaluces, queda así sublimada en el juego de espejos que tejen los artificios paralelos de su jardín último y su última pintura"


    A veces, el hombre de la fotografía interrumpe la lectura. Con las piernas agotadas de recorrer las calles de Málaga, se queda pensando en otra cosa y, de repente, le viene una palabra.

    Otra palabra.

    Una palabra que evoca mil imágenes que, sólo tramando juntas, tal vez puedan valer por aquella.

    Y a veces le viene una imagen que es el ejemplo contrario. Consultar cómo está el cambio de divisa palabra-imagen no está entre sus costumbres. Ni entre las de casi nadie, aunque no se puede descartar totalmente que esas equivalencias sean provechosas en algún sentido.

    Mil palabras, mil imágenes y probablemente ni un mensaje unívoco.

    Un instante fluyendo, una secuencia congelada y seguro que la vida tampoco se deja atrapar ahí.

    Sí hay entonces un mensaje común a todas las fotografías y a todos los verbos: la despiadada disolución del tiempo.

    De repente, al hombre de la fotografía le viene la palabra luz.

    Y con esta, una imagen. Le viene una imagen en forma de vieja fotografía que le sirve para marcar la página. En esa foto hay otra luminosa tarde de verano seccionada en el curso del tiempo. Y en ella la falsa presencia de dos personas ausentes, sus padres. Dos seres de luz. Esa imagen talismán marca sus páginas...

    Las fotografías son esencialmente luz; los textos son voluntariamente luminosos. Y la luz llama a las sombras, que son su necesario contraste. Muchas fotos y muchos textos oscuros han arrojado tanta luz a los demás tal vez porque su foco procedía de una determinada y luminosa soledad.

    Cuando no es una exclusión impuesta desde fuera, estar solo es un logro: nada  menos que conseguir relacionarse con uno mismo, que no es tarea fácil. Dibujar, escribir y leer han sido muchas veces para él momentos privilegiados de alcanzar ese placer, ese alivio. La necesidad de soportarse a sí mismo y hacerlo con gusto se cumple en la lectura a solas gracias al afecto y a la compañía que se comparte en esas lecturas. ¿Y es tanto lo que se ahí comparte? A veces no se llega a compartir con el autor más que lo que ofrece ese texto.


    También lo más luminoso e interesante de toda fotografía tiene que ver con la soledad de quien la toma y de quien la mira. Lo más sombrío precisamente está en su función social, que hace de la fotografía un rito gregario casi ineludible en cualquier evento, una medicina contra la ansiedad, un medio para experimentar algo y obtener una apariencia de participación. Hoy que tan lejos queda la magia del invento en su origen, la tecnología ha hecho posible que miremos el mundo como un conjunto de fotografías en potencia. "Hoy todo existe para culminar en una fotografía", afirma con agudeza Susan Sontag. La fotografía democratiza cualquier experiencia al transformarla en imagen. Y el deseo de ser sujetos de esas experiencias probablemente favorece un fetichismo de la imagen. La fotografía da también el registro de la identidad, se ha convertido en un testimonio mucho más fehaciente que cualquier otro. El registro de la cámara justifica. Y convertimos la foto en una prueba irrefutable de que sucedió algo. Quien más y quien menos tomamos y guardamos fotografías y cultivamos este afán fetichista tal vez sin pretenderlo:

"Mediante las fotografías cada familia contruye una crónica-retrato de sí misma, un estuche de imágenes portátiles que rinde testimonio de la firmeza de sus lazos (...). El álbum familiar se compone generalmente la familia extendida y a menudo es lo único que ha quedado de ella".



    Al coleccionar así los recuerdos y experiencias en papel -y, aunque menos activamente, al almacenarlos en archivos digitales- se promueve además la nostalgia. Cuando nos sentimos nostágicos hacemos fotos; y cuando las miramos alimentamos de nuevo ese sentimiento, seguramente porque todas ellas son memento mori, es decir, la advertencia o el anuncio de la fatal necesidad.

    "Recuerda que vas morir". El hombre de la fotografía es esencialmente esa advertencia. Esa fracción de mundo detenido evoca cientos de significados y de sentimientos, pero en rigor no hay nada más que comprender. No hay nada más y nada menos que ese pasmo, esa fascinación, ese misterio. Desprovista de narración, nunca se comprende nada gracias a una fotografía.

    Con el talisman entre sus páginas, el hombre de la fotografía se demora en su propia lectura.


Jesús Megía
Enero 2013

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