El 21 de marzo de 2078, ya pasadas
las Fallas, el mundo llegó a su fin. Este acontecimiento tuvo lugar casi contra
todo pronóstico, pues los entendidos y los profanos se habían puesto de acuerdo
en fecharlo inicialmente para diciembre del año anterior, coincidiendo con el
Gordo de Navidad. Como esa primera fecha pasó sin haber llegado el fin, todos
continuaron sus vidas como si tal cosa. Los primeros días, no obstante, muchos
miraban de reojo al cielo con recelo o sacaban la mano por la ventana temiendo
una lluvia de ranas. Desconfiaban y racionalizaban el retraso: "A lo mejor
hoy era cuando salía de cuentas y en los próximos días es cuando todo va a
terminar". Se percibía aquello como un parto al revés. Pero con la cuesta
de enero, las noticias se centraron de nuevo en la actualidad y no en la
verdad. Y la mayoría, si no todos, se
olvidó del asunto.
Pues aquella mañana, como estaba resentida por lo que se habían dicho la
noche anterior, no le dio un beso de despedida. Ni lo miró a la cara, vamos. Y
mientras empezaban por separado sus respectivas jornadas, volvió a tener ese
presentimiento que por suerte nunca se cumplía sin haber hecho antes las paces:
"¿Y si ahora mismo nos morimos uno de los dos sin habernos
reconciliado?". Aquella fatalidad no se había cumplido, también por
suerte, ni después de haber hecho las paces, cuando ya se habían esfumado tanto el orgullo como el arrepentimiento.
La mañana del día del fin del mundo miles de presentimientos de muerte
similares a ese tuvieron lugar en otras tantas coordenadas, con sus respectivos
arrepentimientos: "¿por qué le habré dicho esto en lugar de esto
otro?" o "¿por qué mejor no le habré mentido?" o "¿por qué
no le habré dicho la verdad?". Y ante la desesperación de plantearse que
no hay arreglo para algunos de nuestros errores, la mayoría ha de encontrar
alivio, remoto pero eficaz, en que nuestras vidas son insignificantes en
comparación con la vastedad del universo y en que todo se borra o se perdona
más allá... ¿de qué?
Muy pocos de los que tuvieron ese mismo presentimiento de muerte la
mañana del fin del mundo pensaron: "¿Esto es la vida? Muy bien! Pues venga
otra vez".
Jesús Megía
Mayo 2012

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