El flechazo de la risa

   “Si no me lo preguntan sé lo que es. Si me lo preguntan no sé lo que es”. Suena como las adivinanzas de las abuelas. En este caso el abuelo es Agustín de Hipona. ¿De qué estaba hablando San Agustín? Se refería al tiempo. En fin, si hubieran sido meras pistas de una adivinanza, habría hecho falta ser un niño muy avispado para acertar la respuesta. No sé si me gustaría conocer a ese niño. Pero incluso acertándola, no hubiera tenido mucha gracia la adivinanza, creo yo. Para el tiempo hay mejores adivinanzas y con más ingenio. Las buenas adivinanzas son hermanas del problema, de la poesía y del disparate. Deberían retar un poco a la inteligencia, un poco a la imaginación y otro poco al humor. Las abuelas suelen tener más gracia que los filósofos para las adivinanzas y para todo en general. Y se ríen más. Y nos hacen reír más. Y algunas de ellas hasta son filósofas sin dejar de reírse y hacer reír. Y viven más. Se dice que algunas abuelas han llegado incluso a tener nietos, menudas son.

   La fórmula de San Agustín casi parece como algunas pomadas, que alivian y son de uso tópico. Porque igual que con el tiempo, podríamos hablar así de tantos otros “misterios” surgidos de lo cotidiano, de esas cosas que pareciendo tan naturales sin embargo al reparar en ellas con cierta atención se vuelven especiales y nos dejan perplejos. Como si acabaran de nacer o renacer aprovechando el interés de nuestra mirada. Lo evidente renace de repente como incógnita. Es preciso, eso sí, ponerles los ojos encima un poco como los que ponemos precisamente al resolver una adivinanza. Así pasa con el tiempo, que dejándolo pasar no pasa nada pero dándole su tiempo, el tiempo nos para. El tiempo sé lo que es si no me lo preguntan, pero si me lo preguntan ya no sé qué es.

   Vamos a aplicar a otra incógnita la pomada de San Agustín pero retorciendo un poco el tubo de uso tópico, a ver qué sale. Sin ir más lejos, probaremos su fórmula precisamente con la risa. ¿Qué es la risa? Si me río sé lo que es. Si no me río no sé lo que es. Acertado a más no poder. El recopetín de las verdades, casi da risa reconocerlo. Si no me voy a reír, para qué necesito definiciones de qué es la risa. Déjame perplejo, pero de risa. Eso mismo le debieron de decir desde el auditorio al conferenciante más triste, aburrido y malhumorado del mundo un jueves por la tarde en que le tocó perorar sobre el sentido del humor.

   Tiempo de reír. Hay que echarse unas risas. Atiende ahí, ¿a qué hora? ¿cuál es la mejor hora para reírse? Pues a la hora en que esté prohibido o la hora en que no se la espere, eso está claro. Aunque no sea su intención, la risa es pariente de lo irreverente, que por desgracia rima también con impertinente. Cuando no es hora de reírse va e irrumpe de repente la risa tonta y nerviosa. O surge el ocurrente, ay, qué risa y qué miedo nos da ese. Qué ocurrencias tiene, oye. Lo que termina ocurriendo es la risa, que suele tener algo de intempestivo, algo que consigue partir el tiempo justamente en ese momento en que nos estamos partiendo nosotros. La sentimos como una flecha que nos parte y nos libera. Primos de los Cupidos del amor son tal vez los del humor. Pero no nos hace falta a toda costa el gracioso sino que nos basta con que la gracia sea compartida, la atmósfera adecuada, como dirían los refitoleros. Qué difícil lograr esa “atmósfera” alegre en grupo, con tanta tensión, tanto trabajo, tanto proyecto… todo ello en equipo. Pues a los niños les sale sólo, fíjate, seguro que porque ni se plantean lo de que todo ello es en equipo. Qué bien equipados que empezamos la aventura…
   Y lo que cuesta llevar siempre encima un poco de gracia y mira que es ligera! De gracia me vas a poner tres cuartos en lonchas finitas, que es para la merienda de los niños. Y un paquetito de sal, haz el favor. No, vinagre no, por favor…

   A veces esperamos la risa como un toque de gracia, como una luz, como agua fresca de mayo, como un aliento… como un fármaco. Indicado para mejorar lo que es el riego, puede provocar distensión, espasmos abdominales y lagrimeo, en caso de carcajada fácil consulte a su farmacéutico. Se habla de la risa como la mejor medicina, hablamos de risoterapia, de la risa como una salud que se contagia. Y nos gusta que nos hagan morir de la risa, toma paradoja, porque el tiempo de reír es justamente el tiempo de no querer morirse. Y terminamos tan adictos a la risa que acabamos propiciándola. Y cuando notamos que eso ocurre espontáneamente, no sólo nos reímos sino que lo admiramos. Y se dice: “mira ese, siempre está de buen humor”. Pero eso es tan raro como decir: “mira fulanito, nunca está enfermo, ni un mal constipado”. Tanta salud es como para reírse… Pero es cierto que una vez adquirido el hábito de la risa, no es fácil perderlo ante cualquier adversidad.

   El tiempo, que tanta perplejidad nos provoca siempre que nos lo planteamos, también es como para desternillare. Esas veces en que reparamos de verdad en que somos temporales y finitos (aunque algunos parezcan eternos y gorditos) ponemos cara de circunstancia, como se suele decir. El tiempo de la seriedad hemos de concedérnoslo siempre, pero no podemos permitirnos volver siempre a lo sombrío como a una orilla a la que estuviéramos varados y nos arrastrasen no sólo las olas de la tristeza o del sufrimiento sino también, como suele ocurrir, la marea del puro aburrimiento. De esa pesadez nos deberíamos esforzar por aligerarnos todo lo que podamos. Alegrarse y reírse son un desafío en todo tiempo. Y el esfuerzo por reírse no es un tiempo perdido, es más bien ganarle cada día la batalla al tiempo que se nos va.

   Enrique Jardiel Poncela nos hace reír con esa batalla ente las personas y el tiempo en “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”. Dos parejas algo excéntricas y un cartero muy simpático apuestan por la inmortalidad tomando el elixir de la eterna juventud. El doctor Ceferino Bremón, uno de los cinco inmortales de esta obra teatral, descubre unas sales extraídas de una supuesta “alga frigidaris” que eterniza la resistencia de los tejidos y hace que el que es joven se conserve joven y el que no lo es rejuvenezca. “Podemos reírnos del pasado, del presente y del porvenir”, dice el doctor Bremón. Parece la solución a todos los problemas: poder casarse y responder afirmativamente a lo de “¿me querrás siempre?”, poder recuperar la belleza juvenil y no tener que mentir para quitarse años, poder cobrar la inmensa herencia que un tío con muy mala leche ha dejado en su testamento para ser cobrada a los setenta años de morir él… El argumento es lo bastante disparatado como para dejarse matar de risa. Jardiel saca un divertido partido al juego del tiempo, primero como eterna juventud y luego como tiempo que va hacia atrás desde la madurez hasta la infancia.
Porque estos pioneros inmortales… ¿disfrutan de la inmortalidad?:

BREMÓN: Sí, los primeros treinta años, sí. Cada cual cumplió sus sueños. Pero todas nuestras amistades se morían de vejez.
EMILIANO: Yo una vez eché la cuenta, y hemos asistido a tres mil doscientos entierros, doctor… ¡Lo que me tengo reído!
BREMÓN: Pero no me negarás que es para deprimir a cualquiera. Todo el mundo pensaba de diferente manera que nosotros; al principio, sólo estábamos de acuerdo con los viejos, y más tarde, ni con los viejos siquiera, porque ya pertenecían a otra generación, y hasta los viejos resultaban para nosotros demasiado jóvenes. Las ciudades se nos hacían inhabitables…
EMILIANO: Dígamelo usted a mí, que últimamente hasta para poder cruzar cada calle tomaba un taxi…
BREMÓN: Y gracias a que ideé yo esto de retirarnos a una isla desierta…


   Esa isla viene a ser algo así como “La Isla de los Nominados a Vivir Siempre Aburridos”. Descartado el suicidio, Bremón inventa el remedio para escapar de ese tedio, un nuevo elixir bastante especial:

BREMÓN: Iba a proponeros el volver a ser jóvenes de veras, y serlo cada día más, y al fin… morirnos de niños.

   El humor de Enrique Jardiel Poncela consigue que esta última idea del tiempo hacia atrás vaya más allá del dramatismo petético y del preciosismo publicitario de, por ejemplo, la película basada en “El curioso caso de Benjamin Button”. Porque son hilarantes las consecuencias de volver a ser joven, que tus hijos te reprendan por llegar tarde de fiesta y tener que responderlos recobrando la dignidad de padres:

VALENTINA: “No hay pero que valga, Chichín. Suponiendo que nosotros hiciésemos algo malo, que no hacemos más que lo propio de nuestra edad, deber de hijos es disculpar a los padres, no acusarlos”

  
Emiliano, el único corazón que prefiere seguir con el freno echado y no dar marcha atrás (no llegó a tomar el segundo elixir) no sabe ya a quién dar la razón, si a los hijos paternales o a los padres rapazuelos.

RICARDO: Todos llevamos razón, Emiliano. Ellos son viejos y piensan y sienten como viejos; pero este no es motivo para que quieran sacrificarnos a nosotros en plena juventud feliz, que se nos va de las manos por días…
BREMÓN: ¡Ahí le duele, que hay que aprovechar cada hora!
VALENTINA: ¿Cada hora? Cada minuto… Cada segundo ha que aprovecharlo y estrujarlo, y consumirlo en reír y en disfrutar del sol, del aire y de la luz que lleva uno dentro. Y en quererse… (Se abraza a RICARDO)
BREMÓN: En quererse. Está dicho. (Abraza a HORTENSIA)
EMILIANO: No, señor. Para mí morirse es un error.
BREMÓN: ¿Qué va a serlo?
LOS TRES: ¡Qué va!
BREMÓN: Morirse es un acierto estupendo… Morirse es vivir… Cuando se ha sabido aprovechar la vida, morirse es vivir. De igual manera que cuando no se ha sabido aprovechar la vida, vivir es morirse.
RICARDO: Entonces, viva la vida; pero viva también la muerte.
BREMOÓN: Eso, eso…
TODOS: ¡Vivaaa!

   Jardiel en otro escrito (“Para leer mientras sube el ascensor”) se atreve a lanzar un aforismo sobre el tiempo, a medio camino entre la metafísica y la greguería: “Cada ser tiene todo el tiempo que existe”. Es su particular teoría de la relatividad del tiempo. Einstein y Jardiel se hubieran reído mucho juntos. Pero la ocurrencia es especial: cada uno tenemos todo el tiempo que existe, el tiempo de los mortales es obviamente el subjetivo, no el tiempo absoluto sino nuestras efímeras vidas que no paran de fluir. Emilio Lledó explicaba así esta concepción del tiempo: “La característica esencial de ese proceso físico es su total efimeridad. Insertos en la “flecha del tiempo”, cada instante de nuestra vida, medido por los irreversibles y irrepetibles latidos de nuestra sangre, desaparece en su esencial fluir”. Si lo efímero es literalmente lo que ocurre alrededor de un día, esa flecha del tiempo debería coincidir en su trayectoria con esa otra flecha que nos suele partir para bien cada día, la de la risa.

Jesús Megía
Julio 2010
 
 



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