¿Alguien nos ha dicho alguna vez que la pena puede
vivirse como miedo? Hoy que tanto se nos recuerda la inutilidad del sufrimiento
¿cabe que alguien observe con detenimiento su pena? ¿en qué sentido podemos
decir que el dolor vale la pena? ¿Y si más bien el dolor valiera no la pena
sino la felicidad?
En 1993 se estrenó una película que reconstruía la relación entre C. S. Lewis –autor de las Crónicas de Narnia, entre muchos otros libros- y Helen Joy D.Gresahm. Ella era una poetisa norteamericana cuya admiración por el escritor británico le llevó a viajar a Oxford, donde él enseñaba, para conocerlo en persona y no sólo a través de sus libros y de las cartas que se habían enviado.
"Tierras de penumbra" me ha dejado grabada una historia de amor intensa y amarga, aunque lo que aún me impresiona de esa historia es la valentía de sus protagonistas, especialmente ella. Debra Winger es Joy, mientras que Anthony Hopkins es C. S. Lewis o Jack (así le llamaban sus amigos). Es curioso lo versátil que es la máscara de un buen actor: si los ojos claros y profundos de aquel psiquiatra de "El silencio de los corderos" eran un pozo siniestro de gusto por la carne humana y a la vez de amor por Clarice Starling, interpretando a C. S. Lewis esos mismos ojos ya son sólo de amor.
Se dice que Lewis llevaba la típica vida anodina de un profesor católico y soltero de Oxford en los años cincuenta. De repente aparece en su vida una mujer inteligente, espontánea, directa, sensible, castigada por la vida, valiente y…americana. Como se le ocurrió decir a un personaje de Woody Allen, dos personas podrían morir a consecuencia de un choque sobre todo si el choque es cultural. O de ese choque puede resultar una apasionada relación, la que nos deja esta película llena de frases inolvidables y momentos que nos mueven, como sólo consiguen algunas películas, a afrontar la vida con otra fuerza.
Creo que hay dos narraciones de C. S. Lewis de que las que se alimenta "Tierras de penumbra". Una es citada en la propia película y se titula precisamente "Penumbra". La otra es la extraordinaria reflexión que hizo Lewis tras la pérdida de Joy, "Una pena en observación", unas cien páginas escritas con emoción y lucidez que sólo pueden ser calificadas con un adjetivo que parece ya tan gastado: preciosas. En esta historia de amor laten las preguntas con la que comencé este texto y también esta otra: ¿por qué vivimos siempre en tierras de penumbra, pensando que el sol siempre brilla en otra parte y no allí donde estamos?
Vivimos esperando que al doblar una curva o al llegar a la cresta de una colina, dice Lewis, podamos salir de la penumbra y ver esa luminosa “tierra prometida”. La felicidad siempre está en otra parte. La verdadera vida aún no ha empezado. A veces esa esperanza, ese horizonte, es el auténtico revulsivo de nuestras vidas, como en la película le ocurre al alumno de Lewis que escapa de la facultad para acabar logrando finalmente su sueño. Y otras veces esa esperanza que mira más allá de la penumbra es meramente miedo al dolor y a la pena. El niño Lewis perdió a su madre y de mayor aún espera oír sus pasos de repente en el pasillo; esa esperanza anida oculta en un rincón que sólo sabe rescatar una mujer como Joy. Lewis, el campeón del discurso cristiano sobre el sentido del dolor y el sufrimiento, recibirá de ella una sabia lección práctica sobre esas asignaturas pendientes.
El pensar y el sentir de Lewis se va transformando desde un bonito cliché para deleite de sus oyentes según el cual el dolor es “el megáfono del que Dios se sirve para despertar a un mundo de sordos”. Tras conocer a Joy, el dolor será ahora “lo que nos saca de nuestro mundo para impulsarnos al mundo de los demás”; es increíble cómo nos transforma el amor y nos impulsa a decir las idioteces más insólitas. Cuando Lewis se topa de frente con el dolor encarnado en la propia Joy, ya no hay definiciones sino pura pregunta aliñada en crudo: ¿tiene el sufrimiento algún sentido? No puede soportar verla sufrir. Creo que nadie enamorado puede, casi es preferible sentir el dolor del otro. “No quiero dejarte”, dice Joy como si la fatalidad tuviera alternativa.
“El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora –le dice finalmente ella a Lewis anticipando lo que inevitablemente ha suceder-; ese es el trato”. Si cada vez que nos sentimos bien con la vida nos recordasen esa frase nos darían un vuelco el estómago y el corazón. Pero no se trata de estados de ánimo sino más bien de la afirmación plena de la vida, justamente como pregonan los vitalistas, exaltando la vida en lo pequeño y en lo grande. En palabras de Fernando Savater: “para poder decir sí auténticamente a algo, hay que decir sí a todo”. Ese es el trato. El trato es que el precio de la plenitud o de la felicidad o de la dicha o como queramos llamar a nuestra luminosa “tierra prometida” es aceptar que salir de la penumbra es en primer lugar enfrentarse con el miedo y con la pena. Y tal vez convivir con ellos. En lucha constante, en agonía. Porque más que un riesgo son una constante, más que una compañía incómoda es algo que nos constituye, una condición. “Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo –así comienza Una pena en observación-. Y no es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estómago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva”.
Dos veces tuvo que elegir Lewis en su vida ante sendas despedidas. Al perder a su madre el niño eligió la seguridad, mientras que el hombre eligió el sufrimiento cuando perdió a Joy. Podemos leer "Una pena en observación" sencillamente como la narración de un duelo por una persona amada, entendiendo amor en su sentido más amplio. Cuando habla de su amistad y de su amor con Joy nos llama con un tono tan elegante que deslumbra y nos dice palabras de una sensibilidad y un poder de seducción como estas: “Si no nos hubiésemos enamorado, no por eso hubiésemos dejado de estar siempre juntos, y habríamos sido piedra de escándalo”. La complicidad entre dos personas suele ser molesta a los ojos de los demás, en el Oxford de los años cincuenta y también hoy.
Pero no siempre los mensajes de esa narración son precisamente de actualidad. Hoy algunas de las reflexiones de C.S. Lewis no estarían lo que se dice de moda. Y sin embargo o por eso justamente también nos mueven hacia algo interesante por cuestionable, como la presencia de Dios en toda la observación de la pena. Y lo más intempestivo es lo más central del libro, la necesidad misma de atravesar la pena o el duelo no por atajos sino al propio ritmo, algo que en Tierras de penumbra también queda reflejado en el tramo final cuando un colega del escritor, sin duda con la mejor intención de animarle, afirma que la vida debe continuar. “No sé si debe continuar- le responde Lewis- pero lo hace”.
A veces parece que tenemos nosotros más prisa que la vida en sus procesos. Hay que pasar página, decimos en estos casos. "Venga, hay que sobreponerse". "Aunque es duro, son cosas que pasan, es la vida, es natural, hay que tirar para adelante, qué le vamos a hacer, la vida sigue, etc.". Resumen: "The show must go on!". Acabáramos. ¿Hay entonces sitio para las lágrimas en el gran espectáculo de la vida actual?, ¿hemos dejado hoy espacio para la muerte en su sentido menos truculento y más humano? ¿y no es eso el miedo a enfrentarnos con los miedos y, por tanto, la negación de la vida en su plenitud?
Una pena en observación quizá sin pretenderlo clama con sinceridad contra la imperiosa aceleración del duelo. No se trata de regodearse en el sufrimiento y estancarse en el recuerdo de una ausencia. No puedes aferrarte a las cosas, tienes que dejarlas ir, como reconoce el mismo Lewis. Pero reconoce igualmente que llorar desconsoladamente como un niño es una necesidad. “Su voz añorada en el momento menos pensado me puede convertir en un niño que se echa a llorar”. ¿O es que se puede uno sobreponer a algo que no ha llegado a padecer? Ellos eran uña y carne y si se separan ambos no podemos pretender que el dedo esté completo. “Si duele -y claro que duele- hay que aceptar el dolor como un elemento inherente a esta fase”.
Jack (C.S. Lewis) aguanta y traga saliva. Su pena se aguanta y se sobrelleva con fuerza más que con dureza, es decir, uno quizá se sobreponga a un sufrimiento así con ternura, con humor, con palabras acertadas, con gestos bien elegidos. Y a veces, por qué no, nos liberamos del peso con alegría. Qué evidencia tan grande que la vida son muchos momentos y termina habiéndolos de alegría. Sin duda eso no llega por sí sólo, hay que propiciarlo a lo largo del tiempo, pero no ocurre ni mucho menos enseguida.
Yo he perdido a muy pocas personas queridas. La persona a quien amo perdió a su padre repentinamente hace unos años, fue un mal momento para mí pero tengo presente que no fue nada comparado con lo que sufrió ella, que era su hija. Con el paso del tiempo ese sufrimiento pasó por muchos cambios, alguno de ellos a la vez amargo y positivo. Una persona no es la misma después de una pérdida definitiva, eso es tan inevitable como la propia muerte. Supongo que siempre podemos reunir fuerzas para aguantar el momento de la muerte de un padre, de una madre o de un hermano -¡de un hijo!-, pero la herida que queda es tan decisiva que estaremos obligados a soportarla y curarla hasta nuestra propia muerte. Si algo aprendí en aquel tiempo es el alcance tan limitado de la palabra “consuelo”. Todo el afecto, toda la compañía, todas las convicciones religiosas, todo el amor del mundo te pueden ayudar a sobrellevar la pena, pero siempre habrá un antes y un después. Cargado de amor y buena voluntad, me empeñé en ensalzarle a ella su propia fortaleza interior, la animé a que guardase un recuerdo siempre vivo y alegre de su padre, la dediqué miles de palabras y también de silencios, le señalé torpemente con el dedo la cara maravillosa de la vida, intenté mimarla más que nunca, porque eso era lo que me salía de dentro. Todo eso estaba bien y seguro que la alivió un poco, pero no era suficiente ni podía serlo. Porque yo no le podía devolver a quien ya no estaba y porque hay una parte del dolor que necesariamente no se puede ni se debe compartir.
Si la valentía de esos grandes amigos y amantes de "Tierras de penumbra" estuviera a menudo presente en nuestro ánimo quizá nuestro modo de estar en las cosas se vería afectado. Determinados momentos los viviríamos más plenamente, con intensidad. Y quizá terminaríamos aceptando el escalofrío de que el dolor de entonces, el dolor futuro, es parte de la felicidad de ahora. Porque puede que la verdadera vida sí que haya empezado y el sol esté brillando ya sobre nosotros y no estemos viviendo en tierra de penumbra.
En 1993 se estrenó una película que reconstruía la relación entre C. S. Lewis –autor de las Crónicas de Narnia, entre muchos otros libros- y Helen Joy D.Gresahm. Ella era una poetisa norteamericana cuya admiración por el escritor británico le llevó a viajar a Oxford, donde él enseñaba, para conocerlo en persona y no sólo a través de sus libros y de las cartas que se habían enviado.
"Tierras de penumbra" me ha dejado grabada una historia de amor intensa y amarga, aunque lo que aún me impresiona de esa historia es la valentía de sus protagonistas, especialmente ella. Debra Winger es Joy, mientras que Anthony Hopkins es C. S. Lewis o Jack (así le llamaban sus amigos). Es curioso lo versátil que es la máscara de un buen actor: si los ojos claros y profundos de aquel psiquiatra de "El silencio de los corderos" eran un pozo siniestro de gusto por la carne humana y a la vez de amor por Clarice Starling, interpretando a C. S. Lewis esos mismos ojos ya son sólo de amor.
Se dice que Lewis llevaba la típica vida anodina de un profesor católico y soltero de Oxford en los años cincuenta. De repente aparece en su vida una mujer inteligente, espontánea, directa, sensible, castigada por la vida, valiente y…americana. Como se le ocurrió decir a un personaje de Woody Allen, dos personas podrían morir a consecuencia de un choque sobre todo si el choque es cultural. O de ese choque puede resultar una apasionada relación, la que nos deja esta película llena de frases inolvidables y momentos que nos mueven, como sólo consiguen algunas películas, a afrontar la vida con otra fuerza.
Creo que hay dos narraciones de C. S. Lewis de que las que se alimenta "Tierras de penumbra". Una es citada en la propia película y se titula precisamente "Penumbra". La otra es la extraordinaria reflexión que hizo Lewis tras la pérdida de Joy, "Una pena en observación", unas cien páginas escritas con emoción y lucidez que sólo pueden ser calificadas con un adjetivo que parece ya tan gastado: preciosas. En esta historia de amor laten las preguntas con la que comencé este texto y también esta otra: ¿por qué vivimos siempre en tierras de penumbra, pensando que el sol siempre brilla en otra parte y no allí donde estamos?
Vivimos esperando que al doblar una curva o al llegar a la cresta de una colina, dice Lewis, podamos salir de la penumbra y ver esa luminosa “tierra prometida”. La felicidad siempre está en otra parte. La verdadera vida aún no ha empezado. A veces esa esperanza, ese horizonte, es el auténtico revulsivo de nuestras vidas, como en la película le ocurre al alumno de Lewis que escapa de la facultad para acabar logrando finalmente su sueño. Y otras veces esa esperanza que mira más allá de la penumbra es meramente miedo al dolor y a la pena. El niño Lewis perdió a su madre y de mayor aún espera oír sus pasos de repente en el pasillo; esa esperanza anida oculta en un rincón que sólo sabe rescatar una mujer como Joy. Lewis, el campeón del discurso cristiano sobre el sentido del dolor y el sufrimiento, recibirá de ella una sabia lección práctica sobre esas asignaturas pendientes.
El pensar y el sentir de Lewis se va transformando desde un bonito cliché para deleite de sus oyentes según el cual el dolor es “el megáfono del que Dios se sirve para despertar a un mundo de sordos”. Tras conocer a Joy, el dolor será ahora “lo que nos saca de nuestro mundo para impulsarnos al mundo de los demás”; es increíble cómo nos transforma el amor y nos impulsa a decir las idioteces más insólitas. Cuando Lewis se topa de frente con el dolor encarnado en la propia Joy, ya no hay definiciones sino pura pregunta aliñada en crudo: ¿tiene el sufrimiento algún sentido? No puede soportar verla sufrir. Creo que nadie enamorado puede, casi es preferible sentir el dolor del otro. “No quiero dejarte”, dice Joy como si la fatalidad tuviera alternativa.
“El dolor de entonces es parte de la felicidad de ahora –le dice finalmente ella a Lewis anticipando lo que inevitablemente ha suceder-; ese es el trato”. Si cada vez que nos sentimos bien con la vida nos recordasen esa frase nos darían un vuelco el estómago y el corazón. Pero no se trata de estados de ánimo sino más bien de la afirmación plena de la vida, justamente como pregonan los vitalistas, exaltando la vida en lo pequeño y en lo grande. En palabras de Fernando Savater: “para poder decir sí auténticamente a algo, hay que decir sí a todo”. Ese es el trato. El trato es que el precio de la plenitud o de la felicidad o de la dicha o como queramos llamar a nuestra luminosa “tierra prometida” es aceptar que salir de la penumbra es en primer lugar enfrentarse con el miedo y con la pena. Y tal vez convivir con ellos. En lucha constante, en agonía. Porque más que un riesgo son una constante, más que una compañía incómoda es algo que nos constituye, una condición. “Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo –así comienza Una pena en observación-. Y no es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estómago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva”.
Dos veces tuvo que elegir Lewis en su vida ante sendas despedidas. Al perder a su madre el niño eligió la seguridad, mientras que el hombre eligió el sufrimiento cuando perdió a Joy. Podemos leer "Una pena en observación" sencillamente como la narración de un duelo por una persona amada, entendiendo amor en su sentido más amplio. Cuando habla de su amistad y de su amor con Joy nos llama con un tono tan elegante que deslumbra y nos dice palabras de una sensibilidad y un poder de seducción como estas: “Si no nos hubiésemos enamorado, no por eso hubiésemos dejado de estar siempre juntos, y habríamos sido piedra de escándalo”. La complicidad entre dos personas suele ser molesta a los ojos de los demás, en el Oxford de los años cincuenta y también hoy.
Pero no siempre los mensajes de esa narración son precisamente de actualidad. Hoy algunas de las reflexiones de C.S. Lewis no estarían lo que se dice de moda. Y sin embargo o por eso justamente también nos mueven hacia algo interesante por cuestionable, como la presencia de Dios en toda la observación de la pena. Y lo más intempestivo es lo más central del libro, la necesidad misma de atravesar la pena o el duelo no por atajos sino al propio ritmo, algo que en Tierras de penumbra también queda reflejado en el tramo final cuando un colega del escritor, sin duda con la mejor intención de animarle, afirma que la vida debe continuar. “No sé si debe continuar- le responde Lewis- pero lo hace”.
A veces parece que tenemos nosotros más prisa que la vida en sus procesos. Hay que pasar página, decimos en estos casos. "Venga, hay que sobreponerse". "Aunque es duro, son cosas que pasan, es la vida, es natural, hay que tirar para adelante, qué le vamos a hacer, la vida sigue, etc.". Resumen: "The show must go on!". Acabáramos. ¿Hay entonces sitio para las lágrimas en el gran espectáculo de la vida actual?, ¿hemos dejado hoy espacio para la muerte en su sentido menos truculento y más humano? ¿y no es eso el miedo a enfrentarnos con los miedos y, por tanto, la negación de la vida en su plenitud?
Una pena en observación quizá sin pretenderlo clama con sinceridad contra la imperiosa aceleración del duelo. No se trata de regodearse en el sufrimiento y estancarse en el recuerdo de una ausencia. No puedes aferrarte a las cosas, tienes que dejarlas ir, como reconoce el mismo Lewis. Pero reconoce igualmente que llorar desconsoladamente como un niño es una necesidad. “Su voz añorada en el momento menos pensado me puede convertir en un niño que se echa a llorar”. ¿O es que se puede uno sobreponer a algo que no ha llegado a padecer? Ellos eran uña y carne y si se separan ambos no podemos pretender que el dedo esté completo. “Si duele -y claro que duele- hay que aceptar el dolor como un elemento inherente a esta fase”.
Jack (C.S. Lewis) aguanta y traga saliva. Su pena se aguanta y se sobrelleva con fuerza más que con dureza, es decir, uno quizá se sobreponga a un sufrimiento así con ternura, con humor, con palabras acertadas, con gestos bien elegidos. Y a veces, por qué no, nos liberamos del peso con alegría. Qué evidencia tan grande que la vida son muchos momentos y termina habiéndolos de alegría. Sin duda eso no llega por sí sólo, hay que propiciarlo a lo largo del tiempo, pero no ocurre ni mucho menos enseguida.
Yo he perdido a muy pocas personas queridas. La persona a quien amo perdió a su padre repentinamente hace unos años, fue un mal momento para mí pero tengo presente que no fue nada comparado con lo que sufrió ella, que era su hija. Con el paso del tiempo ese sufrimiento pasó por muchos cambios, alguno de ellos a la vez amargo y positivo. Una persona no es la misma después de una pérdida definitiva, eso es tan inevitable como la propia muerte. Supongo que siempre podemos reunir fuerzas para aguantar el momento de la muerte de un padre, de una madre o de un hermano -¡de un hijo!-, pero la herida que queda es tan decisiva que estaremos obligados a soportarla y curarla hasta nuestra propia muerte. Si algo aprendí en aquel tiempo es el alcance tan limitado de la palabra “consuelo”. Todo el afecto, toda la compañía, todas las convicciones religiosas, todo el amor del mundo te pueden ayudar a sobrellevar la pena, pero siempre habrá un antes y un después. Cargado de amor y buena voluntad, me empeñé en ensalzarle a ella su propia fortaleza interior, la animé a que guardase un recuerdo siempre vivo y alegre de su padre, la dediqué miles de palabras y también de silencios, le señalé torpemente con el dedo la cara maravillosa de la vida, intenté mimarla más que nunca, porque eso era lo que me salía de dentro. Todo eso estaba bien y seguro que la alivió un poco, pero no era suficiente ni podía serlo. Porque yo no le podía devolver a quien ya no estaba y porque hay una parte del dolor que necesariamente no se puede ni se debe compartir.
Si la valentía de esos grandes amigos y amantes de "Tierras de penumbra" estuviera a menudo presente en nuestro ánimo quizá nuestro modo de estar en las cosas se vería afectado. Determinados momentos los viviríamos más plenamente, con intensidad. Y quizá terminaríamos aceptando el escalofrío de que el dolor de entonces, el dolor futuro, es parte de la felicidad de ahora. Porque puede que la verdadera vida sí que haya empezado y el sol esté brillando ya sobre nosotros y no estemos viviendo en tierra de penumbra.
Jesús Megía
Junio 2010
Junio 2010

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