Protagonistas de la vida


   Hoy hace medio año exacto que me alumbraron, un 3 de septiembre.
 
   Me alumbraron pero que bien, con una lámpara llena de lámparas, luz de luces. La del paritorio 2. No es por presumir, pero fue muy luminoso mi alumbramiento, no miento.
 
   Me llamo Héctor, no dejemos las presentaciones para más tarde, que igual nos interrumpen y os queda la duda de cómo se llamaría este bebé que ya escribe sin faltas.
 
   Original no soy ni lo pretendo. Esto de que un bebé se exprese verbalmente en primera persona la verdad es que... está muy visto. O como diría mi padre, que es un rato cursi, "como recurso está muy manido". Ya ves tú, "manido", que suena a manoseado o a la mano del marido pero que por lo visto viene de "manere", que en latín era "permanecer". A mi padre le gusta todo eso del latín y esos choteos, él sí que es y permanece a veces como una verdadera lata o latina en conserva. Es muy pesado a veces. Ayer domingo, por ejemplo, mi prima Estefanía le preguntó por qué los bebés llorábamos tanto y hablábamos tan poco o nada directamente... ¿y qué respuesta pensáis que le perpetró mi padre a mi prima, que viene a ser nada menos que su sobrina? Pues le soltó un rollo sobre que la palabra "infante" y la palabra "infantil" en su raíz etimológica significan precisamente "que no habla" y que para compensar esa ausencia provisional de habla los bebés reíamos y llorábamos a cholón y cascoporro. Claro, mi prima tras escucharle embobada (a mi padre le suelo escuchar yo también embobado aunque no es para tanto, como luego detallaré) no pudo evitar soltar muy seria un espontáneo "No jodas que es por eso!". Y mi padre se echó a reír. Él se parte de la risa con su ahijada, porque además de mi prima y su sobrina Estefanía es su ahijada, ella vale mucho y puede con eso y con más. Bueno, siempre se está quejando de que mi padre la vacila demasiado.
 
   He empezado hablando de mí pero va quedando claro que cobra protagonismo mi padre. Pero para ser justos, él podrá ser una lata del latín pero protagonista no le va mucho ser, porque dice que eso sí que resulta pesado sobre todo para los demás. La protagonista en todo caso es más bien mi madre. Etimológicamente también lo es, porque fue la "primera" en "luchar" cuando hace seis meses hubo que sacarme de su cuerpo. Luchar el primero. Eso es protagonismo. Un huevo colgando y el otro lo mismo. Ya veis, otra patochada que he oído a mi papá, podéis reíros por cortesía. Si no, reíros porque sí.
 
   Reírse porque sí. Si algo he aprendido en estos seis meses de bebé becario es a reírme porque sí. Porque para llorar, de momento siempre he encontrado un motivo: toparme con el mundo externo inmediatamente al comenzar la beca de bebé, sentirme incómodo por la temperatura o por el pañal sucio, sentirme solito antes de rendirme al sueño, por sufrir un poco de fiebre y sobre todo... el llanto de tener más hambre que los pavos de Manolo. Ese es el recopetín de mis llantos, he llegado a romper con su mera onda expansiva dos bombillas, tres tímpanos y una copa de brindar en Nochevieja. Y si en pleno llanto de muerto de hambre visualizo la manduca en forma de teta o biberón, entonces me ha llegado a oír llorar hasta un alienígena que veraneaba en los anillos de Saturno. Pero llorar por nada, la típica rabieta sin sentido de bebé consentido... esa mis padres no la han sentido en ningún sentido. Bueno, vale, muy poquitas veces... no demasiadas para tener contrato de becario.
 
   A mí lo que me gusta, como a cualquiera, es reírme. Y para eso apenas necesito motivos aparentes. Con las cosas más insólitas sonrío, no hace falta que sean claramente simpáticas, aunque algunas veces sí que me he puesto más exigente con el humor, depende del día, como os pasará a vosotros. Y ya si afinan un poco el tiro y me hacen alguna gracia, me parto a carcajadas. Con risa de muñeco de esos que los aprietas y suenan con un pito muy divertido, pero muy rápido y seguido en mi caso. Dicen que soy muy gracioso entonces. Y no sólo mis padres, que su voto está muy condicionado. Mi boca, cuando me río así, se extiende amplia desde un moflete a otro y entorno un poco los ojos y miro hacia un lado como si me diera un poco de vergüenza ser tan sinvergüenza. Esos momentos de carcajadas son el éxtasis.
 
 
 
  Sobre todo me meo de la risa con mi madre, cuando en el cambiador me canta la del "Corazón contento" o me dice lo de "mamaá y sólo mamaaá" y esas cosas que sólo ella sabe porque la jodía me conoce muy bien, parece que me hubiera parido. Y si en esos momentos está mi padre presente, mientras me carcajeo le miro de reojo y veo que nos observa en silencio a mamá y a mí y nos mira sonriendo como una cosa boba, como admirado de que la vida sea tan bonita y espectacular a poco que se la pille en un día bueno. Ojo, que no le puede dar envidia porque con él también me río un montón aunque no me haya parido. Pero el hombre bien que abanicó a mamá la tarde que me alumbraron con aquella lámpara de un millón de lúmenes. Y le dio ánimos a mamá para empujar y todo eso. En fin, yo personalmente ya estoy un poco hartito de escuchar de labios de mi padre esa historia del parto y con eso ya no me parto. Siempre las mismas anécdotas, siempre los mismos chistes, las mismas pausas tragicómicas al narrar la historia, las mismos comentarios supuestamente graciosos sobre mí y mamá ... jolín, como si estuviera permitido decir tanta parida sobre una mujer parida y su retoño recién parido. Y lo peor es que la gente le ríe las gracias. Lo que os digo: por compromiso. Bueno, a decir verdad él siempre cambia algo en la historia, supongo que para no aburrirse contándola. Voy a ser bueno con mi padre: no estorbó demasiado la tarde que me alumbraron. Y nada más salir yo, él vino a cotillear y entonces pude comprobarlo. "Este ganso -me dije al abrir los ojillos y ver a mi padre- por suerte no ha salido a mí".
 
   Venga, tengo que reconocerlo: mi padre también me cuida y me hace reír el pobre. Una vez no hace mucho me pasé con él quince días nada menos de Rodríguez los dos, como quien dice, solos en casa. Y aunque al principio me costó, he de decir que no regañamos. Es más, me lo pasé bastante bien esa época. Tanto que cuando por la tarde  cada día regresaba mamá de trabajar, como que me costaba un poco arrancarme a reír al verla, que Dios me perdone. Yo lo achaco al síndrome de Estocolmo, como si me hubiera encariñado en exceso con el humor del secuestrador, en este caso la figura paterna. Vaya un figura, por cierto, mi padre. Se me pone a contar unas cosas de lo más raras, unos mitos a veces sin pies ni cabeza, con un tono de voz de lo más pintoresco. Y hay que joderse, el cachondo es gracioso y no puedo evitar reírme lo mío. No os quiero contar cuando se pone a desafinar canciones, lo mismo le dan infantiles, clásicas que de moda, las destroza todas por igual.
 
  Y hay otras veces que se me pone a hablar muy bajito, como en un susurro; y yo me quedo escuchándole muy atento, con la boca un poquito abierta y los ojos igualmente bien abiertos para poder oírle mejor, porque con los oídos no lo veo claro. Porque al hablarme tan bajito su voz viene como el roce de la brisa y me hace como cosquillas en la cara y en los oídos. Y así puede tirarse mi padre sus buenos diez o quince minutos, susurrándome auténticas paparruchadas como pianos. Según él, en este tipo de escucha mi cara es de la modalidad "cara-de-buey-manso". Valiente tonto del papo, tendría que verse él la cara tonto de campeonato que pone. Y sin apenas esfuerzo.
 
  
    Hoy es mi sexto cumplemés, pero ayer era el cumpleaños de alguien a quien no conozco pero del que oigo hablar de vez en cuando. No había mucho que celebrar ayer, porque ese alguien es mi abuelo Antonio y para mí es... sólo el nombre de un antepasado. No puedo mentir. Vamos, se podría haber celebrado mejor el no-cumpleaños como diría el sombrerero loco a Alicia. Pero me doy cuenta de lo mucho que debe de echarle de menos papá, como mamá al suyo. A veces les escucho contar historietas tiernas de lo que deben estar haciendo estos abuelos míos ahora, que si estarán tomando vinos juntos, que si estarán observándonos mientras comentan la jugada desde el cielo (papá por cierto se divierte bastante contándolo pero lo toma como una broma, porque se fija más en el cielo del hombre del tiempo, aunque tampoco mucho más). Ya he comentado al principio que mi padre es cursi, pero tiene una frase que se lleva la palma en ese sentido. Dice: "las fechas son flechas". Bueno, no le falta tampoco un poco de razón. Ayer la flecha señalaba una fecha, hoy señala otra. En fin, yo no es que le quiera quitar protagonismo a mi padre, pero hoy soy el prota, el que hoy mismo señala al futuro riéndome. Porque sí.
  
Héctor Megía Martín
3 de marzo de 2014

 
 
 
 
  
 

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