Topía

       
        El lugar de los lugares comunes existe y se llama Topía, aquí donde la realidad más visible y previsible vence a la inutilidad de cualquier esfuerzo por encontrar la sorpresa o intentar la imaginación.

        Tanto aburre el predominio de los tópicos, o mejor dicho de los típicos, que pretendemos sentir alivio precisamente cuando nos descubrimos topándonos con uno.

        Algo tan habitual. Toparnos con lo típico.

        Al hacerlo fingimos sorprendernos de que el mundo responda de allá para cuando a las imágenes estereotipadas que malévolamente quiere imponernos el poder, los medios o la tradición popular.

        Como si al decir “mira que típico resulta, es de manual” quisiéramos ridiculizar todos los retratos típicos del mundo y celebrar el triunfo de lo inopinado y lo irrepetible.

        Como si fueran tan escasas las oportunidades de comprobar que en el mundo predomina e impera lo típico.

        Como si los estereotipos y los prejuicios tuvieran como única función falsear por simplificación nuestra percepción del mundo y no sirvieran en ciertos casos también para economizar tiempo, energías y disgustos.

        Para frenar el riesgo de la creencia ciega en los tópicos, y como los tópicos suelen ser sambenitos o alarmas que chillan aspectos mayoritariamente negativos del prójimo, se le dio nombre a tal pecado: falacia de la tasa  base. Ese principio recuerda que tendemos a juzgar a la totalidad a partir de unos pocos casos individuales en lugar de seguir una supuesta prudencia que nos llevaría a considerar serenamente una supuesta objetividad demográfica.

        Desafortunadamente, a partir de este fenómeno de atribución, lo que era incuestionable pasa a ser para muchos directamente lo falso y no meramente lo discutible. Así, de “los catalanes son tacaños” o “los madrileños son chulos”, habiendo reconocido como falso afirmar generalizaciones vacuas como esta, se acepta como crítica ilustrada disociar definitivamente esos conjuntos que la maledicente tradición se ha empeñado en unir. Es decir, reparamos en un individuo a la luz tal vez de una estadística desmanteladora de mitos y nos decimos “este catalán no es ni puede ser tacaño y, si lo fuera, bajo ningún concepto tendrá ello que ver con ser catalán” o “ningún madrileño de los que conozco o vaya a conocer es chulo y, si acaso, su chulería no puede estar relacionada con ser madrileño”.

        El ilustrado que me demuestre que hay lógica en esta lucha contra los prejuicios exaltadora de la independencia de lo individual, que de paso me explique por qué no se suele prejuzgar a los catalanes como chulos o a los madrileños como tacaños. Quizá no es conveniente rechazar sin más las generalizaciones, por mucho que temamos que la mayoría de estas sean calumnias hirientes y sin fundamento que algunos se encargaron de fijar en nuestra imaginería.

        Lo prudente sería moverse entre dos lemas vulgares: “cuando el río suena, agua lleva” y “por romper un plato nos llaman rompe-platos”. Pero, ay, esa otra prudencia y ese otro sentido común sí que son tópicos nada típicos. Esa es la triste moraleja que he constatado hoy al ser atendido por La-Funcionaria-Cincuentona-Amargada-Típica en la-Típica-Subdelegación-Gris-De-Hacienda. Tanto cuidado ponía la mujer (igual pudiera haber ocurrido con un hombre, el tópico es unisex) en encajar perfectamente con el perfil profesional de ogresa  malfollá  y malcagá, que yo no me paraba de maravillar de este talento que a la vez me dejaba la dignidad escocida. Qué malhumorarse, oiga, qué manera de exhibir su prepotencia, cuánta leche caducada salpicaba con cada palabra y cada gesto, qué valor y qué chulería en cada capotazo, cuántas ganas de que le fallara el estoque para emplearse a fondo con el descabello. Qué arte, madre. Tantas otras funcionarias no típicas desde su asiento en la plaza podrían ver la faena diciendo “de todo tiene que haber en el mundo”, y a la vez agitan contrariadas el pañuelo pensando “pero es de manual”.
 
Jesús Megía
Agosto 2008 
 
 

  

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