Siguiendo la pista al pisto de Rosario, mi suegra favorita




Este es el tipo de pistos que se monta mi suegra



  De cómo conocí a mi suegra y me dio el pisto bueno como yerno

  Hay veces en que conviene comenzar las historias por el principio, sacrificando la intriga en aras de la claridad.

  Una de esas veces esta: la narración de cómo cocina el pisto la madre de mi novia. ¿Y para contar eso se requiere desvelar antes cómo conocí a esta mujer? Pues yo diría que no está de más hacerlo, aunque sea siquiera dando un par de pinceladas acerca de aquel episodio. Igual me salen finalmente brochazos. Pero en ningún caso me alargaré ni entraré en detalles, por mucho que sea tentador (ahora que soy padre) empantanarme en recapitular por escrito una historia bien entretejida con que entretener o aburrir algún día a mi hijo. Habrá otros padres que seguro prefieran contarle cada noche a sus hijos un serial del tipo "¿Cómo conocí a vuestra abuela?",  pero yo para eso me quedo con los cuentos de hadas y brujas... 
    Pues mi suegra desde luego que lo es. Un hada madrina me refiero, sintiendo chafarle las expectativas a quienes creyeran que en esta receta me proponía yo maldecir de mi suegra. Sería demasiado típico. Tampoco caeré en el empalago descafeinado de rendirle aquí un pelotero homenaje a la Rosario, aunque el título pudiera sugerir lo contrario por aquello de "mi suegra favorita". Como estrategia no siempre resulta eficaz hacer la rosca, como me demostró una vez mi amigo Tivito con el siguiente testimonio sobre la hospitalidad que él le brindaba en su domicilio a la mamá de su esposa; merece la pena leer aquel párrafo con el que aún me retuerzo: 
"Aquí tengo a mi suegra haciéndome comidas, porque entre pañales y biberones sólo dedico mi tiempo a hacerla la pelota y observar cómo la perra me deja todas las noches en el baño su dentadura postiza remojándose en mi vaso preferido, dejándome el sumidero atascado con colillas de Ducados y acabándome la reserva de mis mejores vinos. Aquí habrá hostias".

  Insuperable, cuánta ternura y conciencia de unidad familiar. Se aprecia en el sujeto, no obstante, quizá un exceso de celo y apego por sus pertenencias personales.
   Más prudente será contar las cosas con menos pasión. Pero, eso sí, dejaré claro un hecho innegable y tozudo: lo mío con mi suegra fue un flechazo. Mi novia me la presentó una mañana de febrero y en aquel preciso instante entre Rosario y yo sencillamente surgió un espontáneo intercambio de refranes. El que ella me endilgó ya no lo recuerdo, porque esto sucedió hace mucho tiempo y, sobre todo, porque me dejó hechizado con su refrán. Sólo recuerdo que mis labios sólo acertaron a responder: "Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo". Sólo días después pude saber que el Cupido de los yernos y las suegras había tenido buena puntería en ambas direcciones, cuando mi chica tuvo a bien informarme no sin gozo de lo siguiente: "Le has caído muy bien". Ante una noticia así uno nunca sabe bien como tomárselo. Y ningún refrán cuadra. De todos modos ya han pasado años desde aquel día en que Rosario me dio el pisto bueno. De aquel flechazo y aquel visto/pisto bueno viene la buena relación que hoy tenemos. Yo no tengo queja, más bien lo contrario. Y creo que ella tampoco, aunque nunca me molesté en cerciorarme; quizá como mucho mencionaría la mujer lo sospechoso o claramente inapropiado que le resultó algún comentario mío dicho en su momento con ánimo festivo. En fin, si me dijera algo en contra sólo se me ocurriría alegar lo mismo que Serrat en aquella canción:
                        
                           Ya sé que no soy un buen yerno,
                           soy casi un beso del infierno.
                           Pero un beso al fin, señora.
                           

Lo nunca pisto

   Un pisto es un plato sencillo, sabroso y combinable con otros manjares de parecidas características como el huevo frito o una patatica frita. O también podemos hacer pistos más sofisticados con bacalao, con atún, con costillas de cerdo, con más pisto, etc. Muchos estarán pensando; "pues un pisto tampoco es que tenga mucho secreto". Bien, eso puede ser verdad pero ¿quién ha hablado de secreto? ¿para que nos hace falta ahora un secreto? Cuando vayamos a cocinar un secreto ibérico ya nos encargaremos de comprarlo y de buscar la mejor manera de prepararlo. Tal vez algún día me ocupe de una receta para cocinar secreto, pero de momento como es natural no lo desvelaré. Porque entonces ya no sería un secreto. 

   En cambio, el pisto sí que admite una chuleta, concretamente esta de papel donde se resume muy sucintamente la receta:


   Bien,  hay quien al sofrito le añade también zanahoria o berenjena. No es el caso de Rosario. Además en caso de añadirse berenjena, según parece, ya no estaríamos hablando de pisto sino de ratatouille. Es lo que tienen las recetas tradicionales, que admiten alguna que otra variación, si nos pasamos de variaciones ya hablamos de otro plato diferente. ¿Cuántas variaciones puede admitir un plato tradicional? Pues sencillamente, las que admita. En cocina se oye mucho eso de "lo que admita" como criterio de medida: ¿cuánto de sal? lo que admita, ¿cuánto de agua? lo que admita, ¿cuánto de cianuro? lo que admita. Pues bien, consideraremos la berenjena y la zanahoria inadmisibles en nuestro pisto, a no ser que lo llamemos de otra manera (pistón, pistote, pistatouille...).
   Según dicen, la palabra pisto quiere decir muy troceado, ligado o muy revuelto. Así que el pisto consiste básicamente en un revuelto de diferentes verduras. Y cuenta la historia que este plato llegó a nuestro país allá cuando lo habitaban los árabes, gracias a un individuo llamado Zizyab. Por lo visto (o en este caso, por lo pisto) Zizyab era la vanguardia misma del arte culinario  de la época pero con un poco de malas pulgas, en fin, una mezcla de Ferrán Adriá y Alberto Chicote.  En la boda de una princesa con un califa preparó un plato muy parecido a lo que hoy conocemos como pisto. Aquel plato se componía de verduras refritas, como berenjenas, calabacines, cebolla, aceite de oliva y membrillo. Una becaria entonces le preguntó durante la preparación: "maestro Zizyab, ¿y de membrillo cuánto le echamos para que sea del agrado de la princesa?". Y el chef, echándose manos a su turbante de cocinero y bastante airado, según dicen, le contestó: "¿Para que sea del agrado de la princesa dices? Qué cosas preguntas! Pues lo que admita!" (en árabe original le dijo exactamente esto: "Ala maja, una miaja de la rodaja y la chavala lo jala"). Más allá de la veracidad de esta anécdota -de la que tampoco hay por qué dudar- de lo que sí que no hay duda es de que sólo siglos más tarde esta receta del pisto cambiaría el membrillo por el pimiento y el tomate, dando lugar a lo que hoy en día conocemos como pisto.

   Con todos mis respetos para el afamado cocinero Zizyab, yo para esta receta no contemplo más chef ni más califa que mi suegra. En el siguiente epígrafe se muestran y se comentan unas imágenes de su ciencia y arte para el pisto, conocimiento que también suele llamarse pistemología.
Pisto y no pisto

   Siempre que se habla de pisto se le apostilla rápidamente como pisto manchego o pisto de calabacín, por ser esos respectivamente la zona geográfica y el ingrediente emblemáticos del plato. Sin embargo, yo asocio antes el pisto al tomate, no me preguntéis por qué. Porque igual os respondo. Yo creo que es tanto por el sabor como por el color característicos del pisto. Hemos visto antes cómo la evolución histórica de la receta cambió el membrillo por el tomate. Esto sucedió no antes del siglo XVI, porque como podemos leer en los libros de historia el tomate se descubrió en esa época en el pasillo de las verduras de un Carrefour de la ciudad sagrada de Cuzco. Y curiosamente ya los incas solían repetir esa letanía tan familiar hoy día de "estos tomates ya no saben igual que los de antes", de lo que podemos deducir que los primeros tomates debieron de tener un sabor tan intenso que no lo podía soportar el paladar humano. Por otra parte, cabe preguntarse por qué a estas civilizaciones no les dio por inventar el pisto. Algunos investigadores conjeturan que sí comían una especie de pisto precolombino pero que aún no se disponía de la condiciones culturales y sociales necesarias para hacer un auténtico pisto, condiciones que sólo surgirían siglos más tarde en La Mancha y al abrigo de las cuales también surgieron Don Quijote y Pedro Almodóvar.  En lo que sí se ponen de acuerdo es que los españoles sí hicieron un pisto histórico en las américas en la época en que se trajeron el tomate a Europa. En la foto, diez tomates sonriendo porque habían superado el duro casting al que los sometió Rosario para esta edición de "El Pisto".
  El calabacín tiene que pelarse, limpiarse de pepitas y trocearse tal y como se muestra en la foto, en trozos ni muy grandes ni muy pequeños sino lo que admita. Aprovecho para reivindicar aquí la dignidad del calabacín que, pese a su nombre diminutivo, es una planta con entidad propia y con mucha planta. Se han visto calabacines de 10 metros de longitud, vaya que si  se han visto, como para no verlos... más grandes y hermosotes que muchas calabazas. Y que algunos yetis. Para nuestro pisto son suficientes calabacines normalitos, ¿cuántos? Los que admita según los comensales. Para hacernos una idea: si por algún imprevisto esperamos cuatro comensales, digamos cuatro yetis, aplazaremos mejor la preparación del pisto y llevaremos a los invitados venidos del Himalaya de visita turística por el Madrid de los Austrias y durante el paseo les convidaremos a pipas y cacahuetes, lo que admitan. Y que beban agua de las fuentes públicas, siempre sale más a cuenta este plan. Esto lo he consultado con mi suegra y me ha vuelto a dar el pisto bueno.
  Estas manos que vemos accionar cual trilero en la imagen pertenecen a la señora madre de mi novia, bendita sea. Y mi suegra también. Como se puede apreciar, hay que remover bien y velozmente el sofrito. Y hay que hacerlo lo más rápido que nos permitan nuestras manos. Aunque es seguro que nunca lograréis moverlo más rápidamente que Rosario, es comprensible. La velocidad de una suegra estándar (y la mía es excepcional) es, para que os hagáis una idea, de Mach 2 ó Mach 3, es decir, supera con creces la velocidad del sonido. Tanto es así que yo haciendo el pisto con ella le quise decir "Rosario, voy pelando los tomat..." y antes de terminar yo la frase ya tenía ella todo cortadito en la sartén y friéndose y le había dado tiempo también a limpiar los utensilios y a leerse el suplemento dominical de la Nueva España. De hecho, para captar la imagen congelada que vemos en la foto fue necesario usar una cámara especial ultrasónica, la misma que usan los periodistas para captar todo el flujo de sandeces por minuto que salen de la boca de Ana Botella.

Nos quedó al final un pisto muy rico y nutritivo a la suegra y al yerno aquel domingo de agosto. Quisiera destacar que para ello fue fundamental el trabajo en equipo a pesar de que, como ya he mencionado, ella iba con respecto a mí como una aeronave con respecto a una tortuga. Y qué majas que son las tortugas, ahí estudiando bien sus movimientos y moviéndose sobre seguro. Algunas gracias a esa disciplina, paciencia y control llegan a alcanzar el rango de tortuga ninja. Lentamente, pero lo logran. 
Los matasuegras los carga el diablo
   Finalizaré este pisto de receta oportunamente con una breve disertación sobre las suegras, los yernos y las nueras, sin más (ni menos) pretensiones que la de invitar al lector a su propia reflexión sobre este tema. Un tema que no pocas veces nos revuelve como si fuéramos ingredientes de un pisto. Pero no siempre con igual provecho. 
   ¿Por qué las suegras en las diversas culturas cargan con un estereotipo negativo? ¿Por qué hay tanto chiste y tanto pitorreo con las suegras? Pues bien, hay que recordar primero que la suegra desempeña un papel más importante en la vida familiar que el suegro por su difícil situación frente a la nuera. Los suegros dan menos juego, quizá un poco más a los yernos. En segundo lugar, las suegras tienen un papel y función de madres en la mayoría de sociedades, tiene un marcado acento protector y supervisor de los hijos. Este papel concretamente en nuestra cultura es sobrevalorado y da origen a malos roces y hostilidades entre las suegras y las nueras y las suegras y los yernos.
   En el caso de las mujeres, estas ven a la suegra de una manera más hostil que los hombres, según reflejan los estudios y encuestas en los que se entretienen los especialistas en cosas de estas del alma, de la sociedad y del hombre en general. Por un lado, las mujeres en su mayoría perciben a la suegra como una persona entrometida, manipuladora, egoísta, celosa y posesiva. Mientras que por su parte los hombres por lo general tienen su propio modo de mirar y relacionarse con las suegras. Estos no dejan de calificarlas como fiscalizadoras, metijonas, posesivas y sobreprotectoras, pero en menor grado con respecto a las mujeres. Pero es que además suele ser común que los hombres vean a sus suegras como segundas madres, amables, consejeras, generosas. Y ya no digamos cuando las suegras se convierten en abuelas, en cuyo caso puede decirse que la figura de suegra se pierde para convertirse en una aliada, en una imagen de ternura y ayuda como es la de abuela preocupada por los nietos.
   Pues yendo de lo general a lo particular, tampoco voy a andar presumiendo de superguay pero es cierto que mi suegra y yo nos acercamos bastante a ese último caso de binomio suegra-yerno, dentro del respeto y el decoro y contando con sus manías y también con las paridas inoportunas que yo le suelto. Por algo es mi suegra favorita, con y sin recochineo, pues de las suegras actuales del panorama mundial es sin duda la mejor. Y desde luego sí que  fue el caso calcado de, por ejemplo, mi padre con respecto a mi abuela materna. Mi padre, dicho sea llanamente, se llevaba fenomenal con su suegra. Tal vez fueran el yerno ideal y la suegra ideal. Yo creo que a mi padre le sonaba bien la palabra suegra, que tampoco es tan cacofónica. Siempre suena menos cursi que "belle mére" como la llaman los franceses. Y menos fría que "mother in law" como dicen en el ámbito anglosajón. Y, desde luego, es menos cruel que como se dice suegra en alemán: estorbo.

Jesús Megía López-Mingo
Octubre 2013
 








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