El ascensor de Jacob (1)


                                                                  Uno

   Jacob se levantó enfadado y no sabía bien por qué. Aquella noche había soñado con una escalera totalmente vertical apoyada en tierra y cuya cima tocaba los cielos. Por esa escalera subían y bajaban ángeles, bomberos, carteristas y otros profesionales, pero él no tenía acceso. Eso le enfurecía y sin despertarse dio varias patadas que las sábanas amortiguaron, pero sin testigos nadie podría probar esto. Aquellas imágenes del sueño aún eran claras como el sol cuando se estaba afeitando ante el espejo inmenso sobre un lavabo proporcional. Los sueños con apariencia de mensaje no le gustaban. Ni los cuentos con moraleja. El sueño de la escalera se fue por el desagüe junto con los pelos y el jabón. Después limpió cuidadosamente el caño y el grifo e hizo correr nuevamente el agua hasta dejar limpio también el lavabo; “pelillos a la mar” se dijo ya de buen humor.

   En EL ALMACÉN aquél fue para Jacob un día tan agitado como cualquier otro. El nombre de este establecimiento le quedaba un tanto ancho, al menos en apariencia. No es que fuera un local pequeño, pero al estar rotulado así –todo en mayúsculas y con determinante artículo- un cliente al entrar allí esperaría sin duda encontrarse con un espacio singularmente mayor. Tal vez llegaría a creer que allí le aguardaba una visita a La Meca del Almacenaje en Sí. Pero segundos después de cruzar el umbral de esta tienda un buen observador ya notaba que en todo aquello había una pequeña broma, un guiño y a la vez, no obstante, una acertada descripción. Pues pese a ser mediano, una organización impecable inundaba aquel recinto donde quisiera que uno mirara. Daba la sensación de que cada uno de los centenares de huecos de la tienda estaba pensado y creado para la función más idónea y provechosa, fuera esta la de separar zonas, albergar mercancías o materiales o permanecer vacíos y limpios. Era precisamente esa impresión de limpieza, de orden tan dinámico como inmaculado y de rigurosa economía espacial lo que con seguridad explicara que, con semejante nombre, este lugar se atreviera a proponerse no sólo como ejemplar sino como el almacén por excelencia. Es decir, no sólo como un modelo más sino como el mismísimo y genuino molde del almacenaje. Y parecerá mentira, pero ese orgullo no llegaba a ser pretencioso, como lo demostraba el apellido con el que popularmente se conocía a este comercio: “El almacén de  los pobres”.

   Como es natural, un rico por norma general no tendría interés alguno en comprar el tipo de mercancía que ofrecía aquel comercio. Aunque el género –como decían los antiguos- era de muy buena calidad, los ricos podrían tener necesidad de éste solamente quizá como curiosidad o capricho, para coleccionarlo como rareza o tal vez para regalárselo a un pobre necesitado o a un rico coleccionista. Por qué no, las extravagancias no son tan raras aunque esto suene paradójico. Y precisamente aquel día Jacob habría de atender a un cliente de esta categoría. A las 11:24, aunque nadie miraba entonces el reloj y por eso nadie pueda probar esta precisión, El Caballero se situó delante de los ojos de Jacob. Esté intuyó que aquella persona le iba a condicionar demasiado aquella jornada y aún muchas de las siguientes, así que en aquel momento afrontó con decisión su suerte: dejó a un lado en el suelo una caja cuya etiquetado decía "Mesura en Sábanas de Invierno" y se dirigió al mostrador. Allí le esperaba ya El Caballero.

   El porte de El Caballero no era muy imponente, más bien discreto y tirando a gris nublado, pero al mirarlo uno directamente a la cara podía figurarse de inmediato que no pertenecía al común de la población. Especialmente no a la población activa. Jacob le saludó con amabilidad; como siempre sus ojos sonreían. Fuera del El Almacén el cielo estaba feo, los periodistas habían madrugado mucho aquel día para levantar acta de un mundo más oscuro que ayer pero menos que mañana, las normas se ideaban regular y se aplicaban peor, toda el agua se ensuciaba, escaseaban las pociones curativas y el papel higiénico y por doquier también faltaba pan y su relleno, predominaba la malevolencia, un niño se acababa de pillar el dedo con la puerta de la cocina, un anciano sollozaba solo y olvidado en un pasillo de hospital y quien más y quien menos -consciente o no del motivo- llevaba el corazón en cabestrillo en aquel mundo de botellas a punto de vaciarse. A todo esto, el Caballero respondió al saludo de Jacob con una sonrisa mundana.

   -Buenos días ¿qué desea?
   -Hace unos meses adquirí aquí una unidad de Gracia en Funda de Colchón...
   Jacob asintió para acoger el comienzo de este preámbulo. El Caballero continuó:
   -Hasta varias semanas después no pude conseguir la Gracia en Sábanas Bajeras. No para medida de cama individual, doble o triple sino concretamente para una cama potámica biofluctuable.
   -Disculpe ¿la Gracia en Sábanas era de reposo cotidiano, esporádico o condenatorio?
   -Esporádico. O al menos así me la vendisteis...
   -¿La compró usted personalmente aquí, Caballero? -preguntó entonces Jacob rebuscando en su memoria la cara de este cliente.
   -No pero sí. No la compré yo pero sí fue comprada en este almacén. Vino mi Escudero a comprarla. Y ya entonces estaba yo interesado también en Gracia en Fundas de Almohada, pero no os quedaban...
   Fue Jacob a interrumpir de nuevo a El Caballero pero este se anticipó a su objeción:
   -No me refiero a las achatadas y de urdimbre con apariencia de relieve, que esas sé que sí las tenéis disponibles, sino a las extensas y de textura refinada. Realmente estoy muy interesado en esta funda de almohada ¿me puedes decir si la habéis recibido? -en la petición se entreveía impaciencia.
   -¿En qué color las desea?.
   -Sombra húmeda de ciprés, por favor.
   -Bien, permítame que haga una búsqueda en nuestra despensa de esa funda que usted quiere.
   Antes de que Jacob se diera la vuelta hacia la despensa, el Caballero le apremió con tono firme:
   -Concretamente quiero dos unidades. Las deberíais tener porque ya me las habéis mostrado antes en el Katálogo.
   Llámese desconfianza o llámese profesionalidad, lo primero que hizo Jacob fue verificar que este artículo aparecía en el Katálogo. En efecto aparecía por su nombre y con su imagen y su descripción de bondades y ventajas. A continuación averiguó el código del artículo. Qué extraño. Localizó la referencia en la Konsola de Búsqueda Específica por Zonas y Artículos. Todos los empleados del El Almacén conocían este sistema como KABEZA y aún bromeaban manidamente entre ellos con esta buscada homofonía: "De esto creo que ya no nos queda, pero te lo digo de cabeza, no por la KABEZA". Pero al consultar la disponibilidad de Gracia en Fundas de Almohada de talla extensa y de textura refinada y de color sombra húmeda de ciprés, en la columna de unidades Jacob leyó el siguiente mensaje: "SIN STOCK, SIN CONTINUIDAD, SIN ALTERNATIVA". Cada día escuchaba a algún compañero suyo recitar literalmente a los clientes los mensajes que les aparecían en la KABEZA, aunque estos estuvieran formulados de manera muy técnica o críptica. Los clientes al oír semejantes aforismos se quedaban incluso menos sabios que antes de oírlos, pero muy impresionados. Pudiera ser esa la intención del vendedor al aparentar ser un mero mensajero o heraldo del sistema: impactar y dejar mudo al adversario. Una vez delante de su cliente de nuevo, Jacob decidió que no podía endilgarle meramente aquello de "mire usted, Caballero, "sin-stock-sin-continuidad-sin-alternativa".
   -Verá, como usted me decía hace un momento y como yo he podido comprobar, si bien la Gracia en Funda de Almohada que usted desea aparece aún en nuestro Katálogo, de momento no se la podemos proporcionar debido a una interrupción en su distribución. Me gustaría indicarle cúando se reanudará ésta, pero lamento de decirle que ahora mismo no le puedo facilitar esta información.
   -Oh, qué bien me lo has explicado... ¿me puedes decir tu nombre, si nos es molestia?
   -Ninguna, Caballero. Mi nombre es Jacob.
   -Casi esperaba que me hubieras dicho "Jacob es mi gracia, Caballero". Disculpa, Jacob, es una broma.
   -Descuide. Además mi gracia de hecho es Jacob. Pero la que usted busca es la Gracia en Funda de Almohada -respondió rápido de reflejos y con picardía, pero con un tono que sólo podía interpretarse como aceptación del juego. El Caballero sonrió indulgente.
   -Buen sentido del humor. Seguro que nos vamos a entender. Me lo has explicado muy bien y me iría a casa con esa fantástica explicación. Pero también con las fundas de almohada. Aunque ya presumo que ese evento no tendrá lugar hoy. Ni mañana ni pasado tampoco. Pero estoy convencido de que sabes cómo solucionarlo en un tiempo razonable.
   Lejos de ser ofensivo ni tan siquiera agresivo, el estilo del el Caballero era cuando menos prepotente. Casi mafioso en el sentido de los clásicos italianos. Pero algo más socarrón y directo. Jacob aceptó el reto pero lo quería en su terreno. Ceremonioso y amigo de los ambages como siempre, continuó con su particular conquista de Jericó dando sucesivas vueltas a la ciudad, cada vez más apretadas para llegar conseguir llegar al meollo con mayor fuerza.
   -Eso por supuesto. Si en El Almacén estamos ofreciendo ese artículo es porque garantizamos su disponibilidad –en ese momento iba a decir “o algún otro similar que le dé unas prestaciones parecidas” pero de inmediato recordó el mensaje de la KABEZA sobre las alternativas- No obstante, le pido que me conceda unos días para darle una solución como usted mismo dice que está dispuesto a esperar. Si me facilita sus datos me comprometo a contactar con usted en cuanto tenga esa solución, ¿le parece bien?
   -Me parece no bien sino óptimo. O, como dicen ahora: “no bien sino lo siguiente”. Pero como lo siguiente es lo óptimo, yo digo mejor óptimo, que es mejor que bien. Y bien, más allá de los trabalenguas y los juegos de palabras, te voy a plantear qué dudas me surgen ante tu buena disposición de ayuda. En primer lugar, Jacob, me pregunto si cuando dices que me buscarás “una solución” te estás refiriendo a “la solución”. Porque de El Almacén, que no es uno más, yo sólo podría esperar algo tan sencillo como poder comprar lo que venden y yo quiero. Como en este caso no tiene lo que vende, no me gustaría que la solución fuera finalmente quedarme yo sin lo que quiero, sino con lo que El Almacén quiere que me quede.
   -Buen trabalenguas, Caballero, aunque no sea su intención. Verá, me hago cargo de que usted ya lleva buscando lo que quiere desde hace unas semanas. Y ojalá pudiera yo ahora mismo conseguir inmediatamente su Gracia en Fundas de    Almohada en talla extensa y de textura refinada y de color sombra húmeda de ciprés. Pero a veces, aunque por fortuna pocas, tenemos limitaciones con ciertos artículos…
   -Jacob, sé que por donde me vas a salir. Por abreviar, sé que estás pensando: “Señor, si no lo tengo tampoco se lo puedo pintar. Espérese un poco a ver si nos lo traen y punto. Si no, llévese otro modelo de Gracia, como la talla extensa pero de urdimbre tosca y en color ocaso-duermevela, por ejemplo. Y, si no, carril” ¿no es eso lo que estás pensando, Jacob?
   -Le pido que no se apresure, Caballero. Sé perfectamente que usted necesita completar una combinación determinada de juego de Gracia en ropa de cama. También sé que tiene usted una cama muy concreta, la potámica biofluctuable; y además la individual, con las peculiaridades que eso conlleva. También sé que no se trata de interés por artículo no es un mero capricho. Pero aunque lo fuera, en El Almacén en un tiempo prudencial le procuraremos esa precisa funda y no otra, tenga la certeza –Jacob ya estaba lanzado, pero al pronunciar la palabra “certeza” un músculo de la pierna derecha le vibró involuntariamente pero con la misma espontaneidad que vibra una cama potámica biofluctuable.
   -Gracias, Jacob, no esperaba menos –el Caballero miraba fijamente al vendedor-. Ten la amabilidad de apuntar mis datos de contacto…
(...)

Jesús Megía López-Mingo
Febrero 2012


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